En 2017, durante una cena del TEDxVitoriaGasteiz, compartí una historia personal con Juan Soto Ivars. Una de esas que nunca había contado del todo. Él me escuchó con atención, se quedó un momento en silencio, y luego me soltó:
“¡Joder, tía, tienes que escribirlo!”
Me reí. Le dije que no sabía cómo. Que era complicado. Que me costaba demasiado.
Y él insistió: “Precisamente por eso.”
Tenía razón. Durante años, hubo una parte de mi vida que no contaba. No por vergüenza, ni por olvido, sino por algo más difícil de nombrar: porque no sabía cómo ponerlo en palabras. Porque cada vez que intentaba hablar de ello, todo se me enredaba por dentro. Porque no tenía un marco. Ni permiso. Ni lenguaje.
Y cuando algo no tiene lenguaje, se queda atascado… y cuando esto pasa… terminas petando… y petar nunca está bien.
1. Que no escribirlo también era escribirlo
Durante mucho tiempo, escribí sobre temas tangenciales. Alrededor de esa historia, pero sin tocarla. Mis textos estaban llenos de pausas, de huecos, de metáforas. Porque no contar eso no significaba que no estuviera. Estaba en cada línea que evitaba. En cada eufemismo. En cada silencio elegido.
La autocensura no era consciente, pero sí constante. Y a veces me aplaudían esos textos. Me decían que eran bonitos, precisos, conmovedores. Pero yo era plenamente consciente de que estaban incompletos. Que eran una coreografía elegante que evitaba el centro del escenario.
2. Que cuando lo nombras, lo transformas
El día que escribí la primera frase sobre eso, me temblaron las manos. No por lo que contaba, sino porque por primera vez lo miraba de frente. Ya no era una sombra. Era una historia. Tenía un sujeto, un verbo, un contexto. Dejó de ser tabú y pasó a ser texto.
Y al hacerlo, cambió de lugar. Se volvió parte de mí, sí, pero de una forma más habitable. Más digerible. Más propia. Como si al nombrarlo pudiera por fin organizarlo por dentro. Colocarlo. Darle sentido. No para justificarlo, ni para edulcorarlo. Solo para integrarlo.
3. Que no hay que contarlo todo para contar lo esencial
Una de mis grandes resistencias era pensar: “si escribo esto, tengo que contarlo todo”. Pero aprendí que no es así. Que para contar una buena historia no necesitas desnudarte por completo. Basta con elegir el fragmento correcto. El que contiene el pulso emocional. El que lleva el corazón de lo que quieres compartir.
Contar no es confesar. No es vaciarlo todo. Es seleccionar con cuidado, con respeto, con intención. Es decidir desde dónde escribes y para qué. Y eso te permite proteger lo que no quieres enseñar, mientras honras lo que sí.
4. Que la gente se emociona justo con lo que más miedo te daba mostrar
La primera vez que publiqué un texto que tocaba esa historia, recibí muchos mensajes. Gente que me decía: “me pasó algo parecido”, “yo también callé algo mucho tiempo”, “gracias por contarlo”. Y me di cuenta de que lo que yo vivía como una rareza era, en realidad, una puerta a lo común.
El tabú crea aislamiento. El silencio te hace creer que estás sola. Pero cuando cuentas desde lo real, sin adornos, sin dramatismos, con verdad, otras personas se ven ahí. Y lo agradecen. Porque tu historia, al abrirse, abre la suya.
5. Que el cuerpo guarda todo lo que no se dice
Mientras no lo escribí, mi cuerpo lo sostenía. En el pecho. En la garganta. En el insomnio. En la ansiedad. En la necesidad constante de distracción. No lo sabía, pero escribir sobre ello no fue solo un acto narrativo: fue un acto somático. Una liberación física. Dolorosa, pero necesaria.
Después de escribir ese primer texto, dormí como no dormía desde hacía meses. No por catarsis, sino por reposo. Porque algo dentro de mí entendió que ya no tenía que contenerlo sola.
6. Que necesitas una red emocional segura
No es lo mismo escribir en una libreta que publicar un texto. Y aunque lo hagas con cuidado, exponerte siempre implica un riesgo emocional. Por eso es fundamental tener a quién acudir después. Alguien que no te cuestione. Que no quiera arreglarte. Que no te diga “¿estás segura de que deberías decir esto?”.
Puede ser una amiga, tu psicóloga, tu pareja, una comunidad pequeña. Pero necesitas ese lugar seguro donde volver después del salto. Porque sí, contar lo silenciado es liberador. Pero también es vulnerable. Y puede doler.
7. Que algunas piezas del puzle cobraron sentido… y otras me pegaron una bofetada
Al escribirlo, no me encontré con grandes sorpresas, pero sí con revelaciones. Como si las piezas del puzle que llevaba años moviendo sin orden por fin encajaran. Como si hubiera gestos, frases, detalles que habían pasado desapercibidos en su momento y que ahora se iluminaban con otra luz.
Cosas que no me habían parecido importantes en algún momento, de pronto sí lo eran. Y otras, que creía tener colocadas, me golpearon con fuerza al verlas escritas. Como si al pasarlas por el cuerpo del texto, mostraran su verdadero peso.
Porque escribir no solo alivia. También ordena. También revela. También hace que mires con nuevos ojos lo que ya has vivido. Y en ese mirar, entiendes. Sientes. Nombras.
8. Que escribir sana, pero no es terapia
Escribir sobre lo silenciado me hizo bien. Mucho. Pero no lo confundí con “haber sanado”. Me dio perspectiva, sí. Me dio alivio. Me dio sentido. Pero también me mostró que había emociones que aún necesitaban su espacio.
La escritura es herramienta, no destino. Te lleva cerca del centro. Pero a veces necesitas otras cosas: tiempo, escucha, acompañamiento. No le pidas a un texto que cure lo que aún está roto. Deja que te muestre por dónde seguir.
9. Que ya no podía volver atrás
Una vez que escribes desde ese lugar, algo cambia. Tus textos también cambian. Tu voz se vuelve más firme. Más clara. Más tuya. Ya no puedes volver a hablar desde la superficie. Porque has probado la profundidad. Has sentido lo que ocurre cuando escribes con verdad.
Y eso se nota. En ti. Y en quien te lee. Porque algo en tu escritura deja de ser adorno y se convierte en testimonio. En vida vivida. En palabra que pulsa.
10. Que la historia ya no me arrastraba. Caminaba conmigo.
Durante años, esa historia era un fondo constante. No la miraba, pero estaba ahí. Como una corriente subterránea que condicionaba mis pasos. Al escribirla, no desapareció. Pero dejó de tener el control.
Ya no es una carga muda. Ni un secreto incómodo. Era parte de mí, sí, pero integrada. Vista. Colocada. No perfecta, ni cerrada, ni resuelta del todo. Pero sí reconocida. Y eso cambia muchas cosas.
Porque cuando por fin escribes algo que te ha marcado profundamente, no es que dejes de sentirlo. Es que empiezas a caminar con ello de otro modo.
Cierro esta newsletter con una certeza:
Lo que no se cuenta no desaparece. Se disfraza. Se esconde. Se filtra por donde puede. Hasta que un día decides escribirlo.
Y no pasa nada mágico. Nadie te aplaude de inmediato. No se enciende ninguna luz. Pero dentro de ti, algo se ordena. Algo se suelta. Algo empieza a respirar diferente.
Escribir lo que no contabas es una forma de decirte a ti misma: ya no tengo miedo de esto. Ya no lo arrastro en silencio. Ya puedo nombrarlo. Y si puedo nombrarlo, puedo vivirlo con otra mirada.
Quizá no se lo diga aún a nadie. Quizá no lo publique. Pero está dicho. Está escrito. Está visto.
Y a veces, eso es todo lo que necesitas para empezar a sanar.
⏰ Si te toca reunirte con gente de diferentes zonas horarias te puede venir bien tener a mano esta web, para poder visualizar en qué hora está todo el mundo de un vistazo.
🧩 Sabemos que Pocket ha anunciado su cierre para julio, pero podemos importar a Glasp los enlaces. Y Glasp, que ya recomendé hace meses por aquí, es una caña.
💬 Este glosario de palabras relacionadas con el diseño, para los que no estén familiarizados con el tema.
🧠 La app que te dice cuándo hablar... y cuándo callar en una reunión
Se llama Meeting EQ, y analiza en tiempo real tu participación en reuniones online. Te da feedback sobre tu tono, pausas y si interrumpes demasiado. Brutal para mejorar tu comunicación sin que nadie te lo diga a la cara.
🤬 Si alguna vez te has preguntado cómo era insultar en el siglo XVI estás de suerte, porque este artículo recopila unos cuantos insultos de esa época. Maravilloso, te digo.
🤔 Dejemos de discutir de una buena vez. ¿Qué opinan las sabias gentes de internet sobre cuestiones cotidianas? Aquí lo puedes averiguar.
La semana que viene, más. ¡Hasta entonces!
Thank you for featuring Glasp!
Cuanto soporte nos da la escritura, no solo para compartir, sino también para autodescubrirnos, reafirmarnos o incuso redefinirnos. A mí también me ha servido para dejar ir y para consolidar. Juntar letras sirve para algo más que poner negro sobre blanco.