El otoño pasado y después de 25 años escribiendo para el New York Times, el Nobel de economía Paul Krugman se despidió de sus lectores en ese medio.
Aquí explica las razones que le llevaron a dejar su columna. Dice que al principio disfrutó de su labor y sentía que su escritura tenía alguna influencia en el debate político, pero que en los últimos años la relación con la dirección del periódico se había ido debilitando.
Indica que las restricciones editoriales han ido a más, pasando de una edición ligera a un control excesivo que suavizaba sus argumentos y limitaba los temas que podía abordar. Primero, en 2017, eliminaron su blog, donde escribía dos veces a la semana sobre temas sesudos que exigían más explicación que lo que podía escribir en la columna y en 2024 suspendieron su newsletter. Así empezó a sentirse censurado. Además, se le prohibió la crítica mediática y se desestimó la importancia de su conocimiento especializado en economía.
Krugman percibe una tendencia del NYT hacia la moderación y la equidistancia, lo que, en su opinión, debilita el papel de los columnistas de opinión. Así que decidió dejar el periódico para recuperar su libertad de expresión, trasladando su trabajo aquí a Substack.
Pero lo que vivió Krugman no es un caso aislado. Es el reflejo de un fenómeno más grande que está afectando al periodismo en todo el mundo.
Debemos enlazar directamente lo que nos cuenta el premio Nobel, que coincide con las dos presidencias del señoro naranja (Doritos, como le llama Maruja Torres) con esto otro que nos cuenta Anna Bosch, corresponsal de RTVE.
Resulta que la administración Trump demanda a cualquier medio que difunda algo que no les gusta.
¿Para qué?
Sencillamente para amedrentarles.
Las demandas obligan a los medios a gastar una pasta ingente en abogados para solucionar los litigios que, aunque en la mayor parte de los casos queden en nada o incluso sean desestimados, muchos de ellos no tienen recursos para poder hacer frente a esto. ¿Solución? Para evitar demandas, me autocensuro y no publico o suavizo lo que publico.
Pero no solo las demandas silencian a los periodistas. Hay otros métodos más sutiles pero igual de efectivos: relegar a los más incómodos a horarios marginales o directamente apartarlos del foco.
Un caso parecido le sucedió a
. Dirigía un noticiero matinal en CNN, pero la cadena le movió la silla y le puso a dirigir uno de madrugada. Acosta se negó y dimitió. Su historia es conocida por otro episodio previo: en 2018, fue expulsado a la fuerza de una rueda de prensa del señor naranja por unos guardaespaldas dignos de una película de la mafia.Al despedirse dijo esto en antena:
“Como hijo de un refugiado cubano aprendí una lección: nunca es un buen momento para doblegarse ante un tirano. Siempre he creído que es tarea de la prensa exigir cuentas al poder. Siempre he tratado de hacer eso en CNN y mis planes contemplan seguir haciéndolo en el futuro”.
Este tipo de represalias no solo ocurren en EE.UU. En España, Silvia Intxaurrondo fue apartada de Telemadrid tras una entrevista incómoda a Isabel Díaz Ayuso sobre el personal del recién construido hospital de pandemias. No hubo una censura explícita, pero el mensaje fue claro.
Que es exactamente lo que denuncia Krugman en su artículo. Que es exactamente lo que está pasando.
Y así es como hierve el agua
Al principio, el agua estaba templada. Krugman escribía con libertad en el New York Times, su blog le permitía profundizar en temas complejos y la censura no parecía una amenaza real. Como la rana que nada tranquila en su charco, no había motivo para saltar.
Pero entonces, el calor empezó a subir. Primero, una ligera edición aquí y allá. Luego, la desaparición de su blog en 2017, una pérdida pequeña, pero relevante. Más tarde llegó la prohibición de ciertos temas incómodos. Y finalmente, hace apenas unos meses, en otoño de 2024, la eliminación de su newsletter. Para cuando se quiso dar cuenta, el agua hervía: su capacidad de influir estaba reducida, su voz suavizada, su espacio cada vez más limitado. No hubo un único momento de ruptura, sino una serie de pequeños cambios, imperceptibles si se observan de manera aislada, pero letales en su conjunto.
Lo mismo ocurre con los medios de comunicación bajo la presión de Trump. No es que un día todos decidieran dejar de investigar o publicar ciertas noticias. Primero llegó una demanda contra un periodista. Luego otra. Después, los costos legales se dispararon. Y poco a poco, el miedo se instaló en las redacciones. No hubo un gran golpe de efecto que pusiera fin a la prensa libre de manera abrupta y fuera noticia en todas partes. Solo un calor creciente que llevó a muchos a suavizar su discurso o a silenciarlo y a priorizar la seguridad sobre la verdad.
Y así es como se cocina la censura en democracia. No con prohibiciones explícitas, sino con presión económica, amenazas legales y la autocensura como mecanismo de supervivencia. La clave de esta estrategia es que no nos damos cuenta de que el agua se calienta hasta que es demasiado tarde.
El agua sigue calentándose. Krugman saltó a tiempo. Bosch ha podido informar. Pero, ¿y el resto del periodismo? ¿Seguirá flotando hasta que sea demasiado tarde?
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😶 Por motivos evidentes, el tema de hoy me ha hecho recordar la charla de Juan Soto Ivars en TEDxVitoriaGasteiz en 2017. Él hablaba de la censura propia de la red social, la poscensura, pero en realidad podemos aplicar el mismo sistema a los medios en general.
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