#165. Cómo escribir historias que dejan huella
Déjame que antes de empezar, hoy te lleve a IMPACTA, el curso que acabo de lanzar junto a Agustí López. Si necesitas dar una charla o hacer una presentación próximamente, míralo con mucho cariño, porque, sinceramente, es de lo mejorcito que hay por ahí.
Contar historias que conmuevan, que dejen huella, que se queden a vivir dentro de quien las escucha, no es una habilidad reservada a unos pocos elegidos. Es, más bien, un ejercicio de honestidad radical. De conexión. De coraje. Para contar una buena historia hay que tener técnica, sí. Pero sobre todo, hay que estar dispuesto a sentir. A mirar hacia dentro. A no esconderse.
Durante años, se nos ha dicho que la vulnerabilidad era una debilidad. Que mostrar emociones era poco profesional. Que en determinados contextos (el trabajo, la empresa, la vida adulta) no caben las lágrimas, ni los temblores, ni los titubeos. Y sin embargo, en el terreno de la narración, la vulnerabilidad no solo es bienvenida: es imprescindible.
Porque contar una historia es, sobre todo, un acto profundamente humano. Es un intento de tender un puente entre lo que yo siento y lo que tú podrías sentir. Y para que ese puente exista, alguien tiene que construirlo con sus propias emociones. Con lo vivido. Con lo que dolió y lo que sanó. Con lo que aún no entiende del todo, pero se atreve a compartir.
La gente no conecta con tu historia porque uses estructuras perfectas o frases brillantes. Conecta porque reconocen algo propio en lo que cuentas. Porque se sienten menos solos al leerte. Porque entienden que lo que tú sentiste, también lo han sentido ellos, aunque no supieran ponerle nombre. Y eso solo ocurre cuando te permites contar desde el corazón. Desde lo real. Desde lo que se mueve por dentro.
¿Y cómo se hace eso sin desbordarse? ¿Cómo se escribe desde el temblor sin convertirlo en confesión cruda o terapia pública? Aquí te lo cuento, con herramientas, ejemplos y decisiones conscientes.
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